Investigadores han analizado el hielo de la Antártida para detectar la presencia de partículas de sulfato volcánico.
Un estudio exhaustivo, publicado en la revista Nature, ha encontrado nuevas pruebas de la correlación entre erupciones volcánicas y cambios climáticos a lo largo de los últimos 2.500 años.
Realizada por el Desert Research Institute y diversas instituciones internacionales, ha consistido principalmente en cotejar la presencia de partículas de sulfato volcánico en el hielo profundo de la Antártida y Groenlandia con las bajadas bruscas de temperatura que dejaron su huella en los documentos históricos y los cambios de grosor de los anillos de los árboles.
De esa manera, por ejemplo, se ha podido comprobar que 15 de los 16 veranos más fríos registrados entre el año 500 antes de nuestra era y el año 1000 después de Cristo fueron precedidos de grandes erupciones, cuyas nubes de polvo empañaron la atmósfera y atenuaron la llegada de los rayos solares a la superficie terrestre.
Tras analizar 20 muestras de hielo, los científicos han podido determinar los niveles de sulfato que reinaron en la atmósfera del pasado, año por año. Para ello, han utilizado un nuevo algoritmo que afina notablemente la precisión del análisis.
La clave del éxito, aseguran los autores, estriba en el enfoque multidisciplinar del estudio, en el que han participado geólogos, climatólogos, astrónomos e historiadores.
Estos últimos han rastreado testimonios escritos sobre observaciones atmosféricas tales como la disminución de la luz solar, la decoloración del disco solar, la aparición de coronas solares y la frecuencia de atardeceres exageradamente rojos.
Una de las aportaciones más valiosas del nuevo estudio ha sido dilucidar qué desencadenó una de las crisis climáticas más graves de la historia, ocurrida en el siglo VI de nuestra era.
En marzo del año 536, una misteriosa nube cubrió el cielo del área mediterránea, fenómeno que se prolongó durante 18 meses. La causa fue, ahora se sabe, una gran erupción en el Hemisferio Norte.
Además, el enfriamiento del clima se acentuó cuando, cuatro años más tarde, otro volcán despertó en algún lugar de los trópicos.
Durante 15 años, los veranos fueron excepcionalmente fríos, circunstancia que arruinó cultivos y produjo terribles hambrunas. Con toda seguridad, colaboró a agravar la plaga que diezmó la población del imperio Romano Oriental entre los años 541 y 543.
Ecoportal.net
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Realizada por el Desert Research Institute y diversas instituciones internacionales, ha consistido principalmente en cotejar la presencia de partículas de sulfato volcánico en el hielo profundo de la Antártida y Groenlandia con las bajadas bruscas de temperatura que dejaron su huella en los documentos históricos y los cambios de grosor de los anillos de los árboles.
De esa manera, por ejemplo, se ha podido comprobar que 15 de los 16 veranos más fríos registrados entre el año 500 antes de nuestra era y el año 1000 después de Cristo fueron precedidos de grandes erupciones, cuyas nubes de polvo empañaron la atmósfera y atenuaron la llegada de los rayos solares a la superficie terrestre.
La clave del éxito, aseguran los autores, estriba en el enfoque multidisciplinar del estudio, en el que han participado geólogos, climatólogos, astrónomos e historiadores.
Estos últimos han rastreado testimonios escritos sobre observaciones atmosféricas tales como la disminución de la luz solar, la decoloración del disco solar, la aparición de coronas solares y la frecuencia de atardeceres exageradamente rojos.
Una de las aportaciones más valiosas del nuevo estudio ha sido dilucidar qué desencadenó una de las crisis climáticas más graves de la historia, ocurrida en el siglo VI de nuestra era.
En marzo del año 536, una misteriosa nube cubrió el cielo del área mediterránea, fenómeno que se prolongó durante 18 meses. La causa fue, ahora se sabe, una gran erupción en el Hemisferio Norte.
Además, el enfriamiento del clima se acentuó cuando, cuatro años más tarde, otro volcán despertó en algún lugar de los trópicos.
Durante 15 años, los veranos fueron excepcionalmente fríos, circunstancia que arruinó cultivos y produjo terribles hambrunas. Con toda seguridad, colaboró a agravar la plaga que diezmó la población del imperio Romano Oriental entre los años 541 y 543.
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